«Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias…»
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El 16 de julio de 1936, Clemente Díaz Arévalo, párroco de Moraleja de Enmedio, actualmente en la diócesis de Getafe,consagró varias formas para dar de comulgar al pueblo en la fiesta del Carmen. Con las que sobraron dio la comunión los días 17 y 18, cuando le obligaron a cerrar el templo.
El 21 de julio, permitiéndole que celebrara un funeral, aprovechó para sacar a escondidas las formas sobrantes. Guardó en un pequeño copón 24 formas por si tenía que dar la comunión a algún enfermo, pero, por los acontecimientos difíciles del comienzo de la Guerra Civil, tuvo que huir del pueblo y dejó encargadas a las Marías de los Sagrarios la custodia de las Sagradas Formas.
El pueblo se decidió a custodiarlas, adorarlas y defenderlas de cualquier sacrilegio y profanación. Desde entonces, permanecen incorruptas hasta hoy.
Las 24 hostias fueron escondidas en un copón primero en casa de Hilaria Sánchez, esposa del secretario municipal, pensando que allí se encontrarían a salvo. Como no era infundado el temor a un registro, días después trasladaron el coponcito a casa de Felipa Rodríguez, que lo escondió en una cueva subterránea de la casa.
Unas dos semanas después se lo llevaron a la bodega de Isabel Zazo, una feligresa perteneciente a las Marías de los Sagrarios,
donde el copón permaneció más de 70 días enterrado a 30 centímetros de profundidad.
A finales de octubre de 1936, las fuerzas republicanas ordenaron evacuar Moraleja de Enmedio y los vecinos obedecieron, no sin antes desenterrar el pequeño copón.
Vieron cómo su estado se iba deteriorando debido a la humedad, y como había que evacuar el pueblo, buscaron otro lugar donde esconderlo: en lo alto de una viga, dentro de un roto que la propia viga tenía, en la bodega de la superficie. Cuando pudieron regresar a sus hogares, el coponcito continuaba donde lo habían escondido, aunque lo encontraron completamente oxidado. Ante el temor de que las sagradas formas hubieran sufrido algún daño lo abrieron y vieron cómo las 24 formas originales estaban en perfecto estado de conservación. Las formas fueron trasladadas a otro lugar de la casa y quedaron vigiladas por las mujeres del pueblo.
Quince días más tarde llegaron a Moraleja dos sacerdotes, capellanes castrenses de un tercio de requetés, quienes, informados de la existencia de este prodigio, llevaron las formas en procesión desde la casa hasta la escuela. Celebraron la Eucaristía y comulgaron con dos de ellas comprobando que su sabor seguía siendo bueno cuatro meses después de su consagración.
FORMULARIO DE PEREGRINACIONES AL PROGIGIO EUCARÍSTICO
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