«Un lugar donde habites para siempre».
San Marcos 6, 53-56
#EvangelioDeHoy
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Primera Lectura
En aquellos días, congregó Salomón a los ancianos de Israel en Jerusalén —todos los jefes de las tribus y los cabezas de familia de los hijos de Israel ante el rey—, para hacer subir el Arca de la Alianza del Señor desde la ciudad de David, Sion. En torno al rey Salomón se congregaron todos los varones de Israel. En el mes de Etanín, el mes séptimo, por la fiesta, vinieron todos los ancianos de Israel y los sacerdotes condujeron el Arca e hicieron subir el Arca del Señor y la Tienda del Encuentro, con todos los objetos sagrados que había en ella.
El rey Salomón y todo Israel, la comunidad de Israel reunida en torno a él ante el Arca, sacrificaron ovejas y bueyes en número no calculable ni contable.
Los sacerdotes acarrearon el Arca de la Alianza del Señor al santuario del templo, el Santo de los Santos, a su lugar propio bajo las alas de los querubines. Estos extendían sus alas sobre el lugar del Asca, cubriendo el Asca y sus varales.
No había en el Asca más que las dos tablas de piedra que Moisés depositó allí en el Horeb: las tablas de la alianza que estableció el Señor con los hijos de Israel cuando salieron de la tierra de Egipto.
Cuando salieron los sacerdotes del santuario —pues ya la nube había llenado el templo del Señor—, no pudieron permanecer ante la nube para completar el servicio, ya que la gloria del Señor llenaba el templo del Señor.
Dijo entonces Salomón:
«El Señor puso el sol en los cielos,
mas ha decidido habitar en densa nube.
He querido erigirte una casa para morada tuya,
un lugar donde habites para siempre».
Salmo
Oímos que estaba en Efratá,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies. R/.
Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de justicia,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido. R/.
En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron.
Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.
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